Simplemente salí corriendo. Me ahogaba y sabía que fuera
soplaba con fuerza el viento. Era inevitable que tarde o temprano, necesitara
una o varias caladas de ese aire tan puro que se respira fuera de las ciudades.
Sentir la naturaleza tampoco me venía nada mal.
El cielo estaba cubierto por nubes que se movían
demasiado rápido. El viento me empujaba. Oía como golpeaba contra
todo lo que se ponía en su camino. Era un sonido ensordecedor y parecía
peligroso quedarse por allí, pero cerré los ojos y respiré. Comencé a andar por
un camino mojado y con cada paso notaba como me costaba dar el siguiente. Con
los pies llenos de barro y los labios cortados por el frío, seguí avanzando.
Me venían a la cabeza letras de canciones que trataba de
reproducir en forma de algo parecido a cantar; muy bajito, como un susurro
triste. Recordaba lo lejos que estaba ahora de mi rutina de luces artificiales
y eso me consolaba un poco.
Miré al cielo y me di cuenta de que los pájaros se habían
escondido. Eran demasiado frágiles y ese viento les haría daño. Yo tampoco
podía abrir las alas...
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