sábado, 7 de diciembre de 2013

Incendios

Siento como el fuego me consume desde dentro; parecía que se había calmado, creí poder controlarlo, pero no tuve en cuenta que nunca podría apagar esa llama solo con quererlo. Hasta las cenizas habían prendido, y consumían lo poco que quedaba de mí. El corazón se resiste, o bueno, lo que queda de él. Ya demasiado roto y remendado, apenas puede latir; no quiere irse de este barco, quiere hundirse con él, como buen capitán. Pero, supongo que también es consciente de que me estoy dejando morir, de que no estoy haciendo nada por apagar este incendio que empieza en mis entrañas y recorre cada poro de esta demacrada piel. Lo único que quise salvar fueron las alas y me las corté; que nada ni nadie podría romper mis sueños; mis últimas fuerzas las usé en salvar lo que más me importaba y lo demás podía arder... Tardé un rato en consumirme, las lágrimas se marchitaron y los besos también. Solo quedaron los huesos y las cenizas de una muerta en vida que ahora tenía que levantarse. Me giré en busca de mis alas, estaban intactas, sus plumas seguían como nuevas, como el primer día que las soñé, pero su brillo se estaba apagando. Alargué la mano, que ahora eran simples huesos, y acaricié las ensangrentadas alas. Noté como ellas reaccionaban a mi tacto recuperando su luz. El pulso en ellas no se había apagado; seguían latiendo, desprendían el calor que yo necesitaba, así que arrastré mis congelados huesos hasta ellas y me acurruqué entre sus pequeñas plumas. Allí dormí durante mucho tiempo, esperando, soñando, estancada en un tiempo que no era el que debía vivir. Pero desperté y mis alas se estaban muriendo; sentía ganas de llorar, no sabía qué hacer, pero un esqueleto no puede crear lágrimas. Traté de levantarme, quise pedir ayuda, quería gritar; pero ni tenía fuerzas ni aliento. Me había dejado morir, como si mi vida no me importara, como si mis sueños pudieran cumplirse sin mí. Maldita ingenua... cómo podías haber sido tan tonta, cómo abandonaste tu sueño, cómo pudiste dejar que se consumiera lo poco que te quedaba de un herido y remendado corazón; acaso no sabías que un corazón intacto no es real, que hay que sentir y hacerse daño para aprender, que eso es lo que nos da la vida. El viento agitaba las plumas ya medio muertas; las alas se estaban volviendo frías, la muerte ya había aparecido en ellas y las devoraba poco a poco... pero, entonces un fuego se prendió en ellas, en mí. Volvía a tener las alas, podía moverlas, podía volar, sentía los latidos de mi pequeño corazón luchando por sobrevivir, notaba los volcanes de los poros de mi piel. La vida estaba ahí, me había quedado inconsciente durante un rato; lo suficiente como para darme cuenta de qué sería lo que pasaría si no lucho por apagar este fuego que me consume. Me tranquilicé, y las lágrimas empezaron a brotar apagando el incendio que yo misma había provocado. Y ahora sí, grité, grité que nada ni nadie podría separarme de mis sueños, ni siquiera yo.

El despertar

Shhh, no digas nada. Prometo que hoy la voz no me temblará; que diré las cosas claras, no daré rodeos. Solo escúchame y siente... Sabes de sobra que aquel día bastó para que mis ojos no pudieran olvidar los tuyos. Que a partir de entonces, fuiste quien inspiraba cada palabra, cada pincelada, cada trazo. Sonreía con solo pensar en ti y las piernas me temblaban demasiado si te acercabas. Pero ya ha pasado el tiempo suficiente para entender, para abrir los ojos, para comprender que no es el momento, ni el lugar; que no debo esperar. Debo mirar hacia delante y no vivir más estancada en ese pasado que no volverá. Las oportunidades ya pasaron y quizá solo fueron espejismos, pero yo dormía en aquellos sueños hechos de cristal que acabaron por romperse para hacerme caer. Y ahora desperté, lo veo todo claro, sé que tu camino y el mío están lejos, que debo avanzar y me alegraré de saber que te va bien, te abrazaré igual que la primera vez, seguiré deseando tus labios, pero esta vez, sabiendo que hay otros... Quizá en un futuro, nuestros caminos se junten, y entonces yo ya habré crecido lo suficiente como para poder entender que sí, que sí es el momento y el lugar.