sábado, 28 de febrero de 2015

Bon voyage

Ya me cansé de jugar. De jugar a que todo esto era real. De creer que eras lo mejor que me había pasado. De estar tan ciega. Viví creyendo que el hecho de que te cruzaras en mi camino fue lo mejor que me había pasado. Realmente pensaba que tenía una suerte enorme, que todo saldría bien, que algunos baches eran normales... Me convencí a mí misma de que debía conservar ese amor por encima de todo y si algo se torcía me culpaba: "tonta, ¿qué va a pensar él de ti?" Y hoy digo: "¿qué coño me importa lo que piense de mí?"

Y sí, realmente creí que eras lo mejor que me había pasado, no podía estar más equivocada. Pero hoy, hoy veo; hoy salgo de esa maldita oscuridad, hoy soy consciente de que si me inspirabas era porque no eras bueno para mí. Claro, ¿cómo he podido estar tan ciega? Pero no, las lágrimas ya ni acuden a mí, y no por falta de ellas, sino porque no me da la gana derramar una sola lágrima más por alguien que solo jugaba conmigo. Eso he sido, un juguete, por no darme mi valor, pero ¿sabes? Ya estaba rota, una grieta más no me va a afectar. Y sí, soy consciente de que este golpe no solo me ocasiona una grieta, pero a tomar por culo el victimismo, hoy estoy íntegra.

¿Acaso se ha preocupado de mí? Le ha importado una mierda cómo me sintiera. No es gilipollas, se daba perfecta cuenta y sabía lo que hacía y lo que no. Pues bien, me costó mi trabajo, pero hoy puedo decir: "¡qué te den!" Ya no me voy a arrastrar más, ya me he dado mi valor y me he liberado. No hay más ciego que el que no quiere ver, y por suerte o por desgracia yo ahora veo perfectamente.

Nada de compadecerme de mí, nada de pensar que nunca más podré remontar el vuelo, nada de verme como a la peor escoria del mundo. No, no es verdad, no soy una mierda, ni una muñeca rota. Soy yo, simplemente yo y tengo más ganas de volar que nunca. Hoy no voy a escapar, hoy no voy a martirizarme ni a hundirme. Ni que fuera gilipollas. Hoy soy consciente del valor que tengo, hoy sé que creerme una mierda no me sirvió de nada, hoy me veo como soy: alguien que cree que puede volar alto si se lo propone, que no se para por un desengaño, que lucha por lo que quiere y tú ya no estás entre esas cosas. ¿Que si dueles? Claro, pero dejarás de hacerlo y lo sé porque ahora lo veo todo claro.


Será que soy más mayor o que ya me tocaba aprender o quizá es que estoy demasiado quemada, pero hoy puedo decir: "¡qué te vaya bonito!", sabiendo que mañana no me arrepentiré ni volveré arrastrándome. El suelo no es para mí, y hoy voy a volar.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Alas para volar...

Solía pasarme las horas enteras observando mis alas. Acariciaba sus plumas; suave, despacio... Me tapaba con ellas para evitar el frío. Su estructura me parecía fuerte. Aguantaría cualquier cosa. Volaba muy alto, tocaba las nubes con la punta de mis dedos; me fascinaban los colores que adoptaban cuando el sol las teñía. Los colores del cielo, las estrellas al caer la noche, la luna, el brillo de las promesas que se deshacían... Llegó el momento de caer, no podía mover mis alas y caía al vacío. Las primeras veces que caí lloré, grité, me resistí a destrozarme contra el frío asfalto de una carretera infinita y gris. Después, cuando ya llevaba unas cuenta caídas, ya no me resistía. Cerraba los ojos y esperaba el impacto.

Mis alas acabaron rotas. No quería volar, no podía... La estructura no era tan fuerte como yo creía y quizá yo tampoco. Tan frágil como una pequeña golondrina que viaja sola, perdida en el cielo, sangrando. Estaba rota. Teñí de rojo la infinita carretera gris. La sangre brotaba de mi espalda, las plumas se cayeron, la estructura rota empezó a oxidarse. Empezó a doler tener las alas. Empezó a doler desde el momento en que se rompieron, en que empezaron a ser dañinas para mí, en el momento en el que rajaron mi espalda y dejaron cicatrices profundas. No quería verlo. Después de todo: ¿qué iba a hacer un pájaro sin alas? Dejarse morir...

Nunca me gustó pisar tierra firme, y tampoco ver las cosas que podían hacerme daño. Pero ya iba siendo hora de crecer, de madurar, de aprender. Me arrastré por el barro, hasta que me levanté una vez más. La noche cayó sobre mí y las lágrimas empezaron a desfilar por mis mejillas. Las estrellas apenas iluminaban lo poco que quedaba de mí. Lloraba, mis alas ya no estaban, yo estaba rota, llena de cicatrices. ¿Quién iba querer a un caos así? Si no me quería ni yo. Solo quería mis alas, solo quería volar una vez más, volver a ver mis sueños cerca, volver a sonreír al rozar el cielo.

Caminé por mucho tiempo sola, martirizándome, compadeciéndome de mí misma, sintiendo pena y asco por mí. Hasta que comprendí que así solamente me hundiría más y ya había tocado fondo. Tocaba renacer de mis cenizas, rehacer mis alas. Recoger los pedazos rotos del camino. Perderle el miedo a volar. Dejar de negarme lo que sentía.

Al tiempo, conseguí rehacer mis alas, pero estaban sucias, llenas de sangre seca y yo llena de barro y tierra. La lluvia empezó a caer sobre mí, a limpiar las heridas y cicatrices. Ya solo quedaban las marcas de lo que un día fueron ríos rojos en mi piel. Mi mirada ya no era tan ingenua. Ya no me daba miedo mirar al dolor a la cara. Me enfrentaba a él. Mi mirada se volvió fría. Mi sangre se congeló y mi corazón dejó de latir. Trataba de protegerme contra todo. Ya no sabía diferenciar entre lo que me hacía daño y lo que no. Solo quería proteger mis alas, solo quería que no se rompieran más y empecé a destrozarme a mí misma desde dentro.

Capas de indiferencia me sepultaron. Estaba muerta en vida. Llovía por dentro. Y yo me empeñaba en no verlo, en no llorar, en parecer fuerte. Realmente creía que si no lloraba, que si no sentía, sería fuerte y no me volvería a romper. Quise dejar de ver mis propias cicatrices para no volver a sentir lástima de mí. Pero el dolor de no sentir era aún mayor que el de caerse y morir. Cuando abrí los ojos simplemente la lluvia de dentro salió al exterior, el calor volvió y mi corazón empezó a latir de nuevo.





domingo, 12 de octubre de 2014

You'll never catch me

Será que siempre nos enamoramos de lo que realmente no queremos. Como si quisiéramos rompernos, vernos arder y luego escarbar en nuestras propias cenizas; escribiendo nombres que aún queman y palabras que carecen ya de sentido alguno.

En los oídos resuenan canciones y poemas de amor, no los quiero; sus astillas se clavan en mi piel. ¿Acaso soportarías mis manías? Si no me entiendo ni yo... Y levanto los brazos; aún creo que son alas. Trato de volar, pero caigo. Aprender a caminar es necesario, y lo hago sobre barro y mierda.

¿Cómo te va? Yo sigo pintando y escribiendo cuando empieza a llover. Llueve por dentro y encuentro pinceladas en mi piel. Camino buscando el fuego; hace demasiado frío. ¿Amaste mis manías?

Ya grité que tengo miedo y nadie respondió a mis preguntas. Abrí las ventanas para buscar las estrellas, pero hasta ellas se esconden de mí. ¿Dónde están los besos? Me dediqué a buscarlos al final de las tazas de café; me ahogué en todas y cada una de ellas...

¿Realmente aprendí? No sé si soy frágil o soy fuerte. No sé si estoy ardiendo o me congelo. No sé si hice lo correcto... No quiero pensar.

¿Te dejaste atrapar? No... eso nunca.

martes, 12 de agosto de 2014

Fría como el hielo

Déjame pensar, aún no sé ni quién soy. ¿Acaso debería saberlo? ¿Cuál sería la respuesta correcta? Quizá no quiera saberlo, puede que así esté mejor. Será que últimamente me siento fría como el hielo, como si fuera incapaz de sentir nada por nadie, como si el fuego se hubiera apagado, y quizá, como si no quisiera que volviera a encenderse.

¿Dejaron de quemar ciertos abrazos? No, claro que no, últimamente queman hasta los que ni me han dado y puede que eso duela más de lo que quiero hacerme creer. ¿Me estaré negando que eso me mata? ¿Tanto me importa? No debería... Sé cómo va a acabar todo esto; los fuegos se apagan, claro que lo hacen y yo ya no soy una niña pequeña para estar viviendo de ilusiones tontas que acabarán matándome poco a poco.

¿Es que no siento el frío? Claro que lo hago, y quizá ese frío me quema más que los abrazos que no se dan. ¿Qué frío?, el mío, el hielo que rellena este saco de piel y huesos andante que es mi cuerpo. ¿Ya no fluye la sangre, el corazón ya no late? Solía hacerlo, y ahora... ahora me esfuerzo en no escucharlo.



sábado, 28 de junio de 2014

Fúmame

Amanece y ¿qué tenemos, qué nos queda? ¿Acaso la ilusión de un nuevo día cargado de felicidad? ¿La falsa promesa de que será un buen día? ¿La estúpida ilusión de que no será igual que todos los demás? Sí... eso es lo que tenemos, un puto espejismo, una imagen que al contacto con la yema de los dedos desaparece como el humo de un maldito cigarrillo. ¿Acaso nuestras manos sujetan ya ese maldito cigarrillo? No... nos quema en las manos, nos arde. Sabemos que las promesas son mentira, tenemos la certeza de que el gris que tiñe nuestros días terminará por convertirnos en esa mierda de la que huimos. Y entonces nos plantamos, decimos que no será así, que eso nunca sucederá como los malditos ingenuos que somos. Bendito nuestro empeño por huir de la rutina, por huir del miedo, del amor, de nosotros mismos; ¿y de qué nos sirve?, ¿de qué cojones nos vale? Nos pasamos media vida huyendo de nuestros pensamientos como unos jodidos locos. Y así es: estamos locos, tan locos que creemos que es necesario luchar contra nuestra propia locura. Como si estar cuerdos fuera una maldita opción, como si al cerrar los ojos nuestros problemas no nos ahogaran con sus manos hasta dejarnos sin aire. ¿Y lo peor? la mitad de esos problemas no son más que nuestras ansias de escapar de esa rutina que empieza ya a teñirnos del tan odiado y temido gris. Sí, es así, nos fabricamos la mitad de nuestros problemas como si nos encantara el dolor porque es lo único que consigue arrancarnos de los brazos de esa sensación de mierda que nos envuelve día a día. ¿Y acaso así nos sentimos mejor? No... simplemente nos sirve de placebo para que nos autoconvenzamos de que todos nuestros días no son iguales en lugar de intentar hacer algo nuevo, en lugar de abrir los ojos y darnos cuenta de que ya somos tan grises que nos odiamos. Nos odiamos sí, por no haber podido escapar, por habernos conformado con lo que era más fácil, por haber sido tan hipócritas de callar esa voz que venía de dentro y nos decía "esto no es lo que realmente quieres". ¿Y ahora qué? Supongo que me acabaré consumiendo como un puto cigarrillo.


martes, 17 de junio de 2014

Llueve...

La noche se hace más oscura que de costumbre, ni las estrellas se atreven a asomarse por entre las nubes. La luna se quedará esta noche sin las miradas de enamorados ilusos que suspiran mientras la miran. El cielo amenaza con romper a llorar; en mis ojos las lágrimas se precipitan. De repente, oigo truenos... No puede ser. Me altero, se me acelera el pulso; me apresuro a apartar la cortina y subir la persiana. Ya logro oírlo, solo necesito que se confirmen mis sospechas. Llueve...

Siempre me ha resultado tan deliciosa la lluvia. Por un momento siento como me falta el aire, me ahogo, necesito salir: ya. Camino rápido hasta el salón, con las pocas fuerzas que me quedan consigo abrir las puertas metálicas tan pesadas que me separan del exterior y como si de un pajarillo herido me tratase, consigo escaparme de mi jaula para caer. Mis alas están rotas, no puedo volar. Necesito sentir que el cielo descarga sobre mí.

Oigo los truenos demasiado cerca, pero no tengo miedo; duele. Me planto en el centro de la pequeña terraza, caminando descalza por el suelo mojado. Siento como el agua me cala, como empapa cada centímetro de mi piel, como la camiseta que uso a modo de pijama se pega a mis formas con el agua. Alzo la vista, solo hay oscuridad entre rayos que aportan un poco de luz. Noto como se empapa también mi pelo. Y de repente, siento como el pulso se me estabiliza y deja de costarme respirar. Me doy cuenta entonces de mi estado...

Entro en las casa, cierro las pesadas puertas metálicas y camino dejando un rastro de agua tras de mí. Me siento con la luz apagada en el suelo, me abrazo las rodillas y tiemblo. A veces me creo tan fuerte... tan fuerte que nada puede dañarme. Nada más lejos de la realidad, ahora me siento tan frágil, tan pequeña, tan insignificante, tan rota, tan inservible. Y de mis ojos quieren precipitar las lágrimas, pero no pueden. La impotencia de no poder ni llorar, de recordar lo que se creía enterrado y superado, de que duelan las heridas ya cerradas.

Me engañé a mí misma una vez más y me derrumbé, lo único que conseguí caminando descalza bajo la lluvia fue mojar mis cenizas. Y ahora tiemblo, tiemblo como si el frío fuera miedo y el miedo fuese frío; casi paralizada.


Ojalá la lluvia me llevara con ella...Y entonces me doy cuenta de que la tormenta se oye lejos; se fue y no me llevó consigo. 


jueves, 8 de mayo de 2014

Ingenua

Ni que no supiera lo que tengo dentro del pecho; aún no lo he olvidado, sigue latiendo. Y últimamente no sé qué le pasa, supongo que tiene miedo, que echa de menos, que piensa que está solo. Me he dado cuenta de que hay personas que se fueron y ni si quiera me despedí. Personas que no creía que se irían de mi vida, pensé siempre estarían ahí. Resuenan los "adiós" silenciosos en mi cabeza, me desgarran por dentro. Empiezo a pensar, joder, que hasta soñé con una de esas personas, con una amiga, con alguien que lo pasó mal; soñé que la abrazaba y rompía a llorar. Entonces desperté y me sentí la peor escoria del mundo. ¿Será mi culpa que todas esas personas se hayan ido?

Empecé a sentirme más sola que de costumbre. Resuenan aún más fuerte en mi cabeza las preguntas: "¿qué cojones piensas hacer?" Como si lo supiera, como si el miedo no estuviera ahí, como si todo fuera como al principio; no joder, nada está bien, nada está como al principio. Te vas rompiendo poco a poco hasta que no quedan nada más que trozos ensangrentados y cenizas. Te sientes como una muñeca rota y pareces fría, como si nada pudiera hacerte daño... nada más lejos de la realidad. Realidad, sí, la que te golpea en la cara cuando crees que eres feliz, cuando crees que nada puede hacerte daño y eres tan estúpida de pensar que si vuelas no te vas a caer.

Y aún me siento  peor al ser consciente de que estoy así, de que me sigo sintiendo mal aunque lo disimule. Ya estoy tan harta de hablar de sonrisas rotas, no, no es el momento; no quiero. Resuenan más cosas en mi cabeza: "¿qué es lo que quieres, de qué tienes miedo?" Y entonces no sé si echarme a llorar o arder de la rabia. Y las lágrimas apagan el fuego y me vuelvo a quedar fría, como si no me importara, como si no me estuviera doliendo. Esa no soy yo...


Y me refugio en escribir, en leer, en dibujar, en ver mil pelis, en escuchar música y cerrar los ojos bien fuerte mientras ahogo los gritos que vienen desde dentro. Como si así no los oyera, como si doliera menos... Ingenua.