Me despierto en medio de la noche. Camino sin una
dirección y un sentido aparentes. Simplemente, necesito avanzar. Me da por
pensar en ti. Quizá ya estés dormido o puede que no… no me quiero martirizar demasiado sobre lo que haces o dejas de hacer por las noches. Está claro que la que
debería estar durmiendo soy yo. Pero aún así, no puedo. Doy mil vueltas en la
cama. Acabo mirando al techo y dando un gran suspiro: me destapo. Hace frío en
esas madrugadas solitarias; más que de costumbre. Pero me siento en el suelo y
me encojo. Apoyo la cabeza en las rodillas y cierro los ojos mientras me pierdo en mis pensamientos…
Las sombras se asoman por las puertas y ventanas, por las
escaleras o por cualquier rendija. Me observan en silencio. Decido no romper
ese fino hilo hecho de ausencia de sonido y me quedo inmóvil, sin hacer ningún ruido durante
un rato. Pero empiezo a notar demasiado el frío; sobre todo en mis pies descalzos y decido
volver a la cama. Allí vuelvo a dar mil y una vueltas.
El sueño no llega, y si llega, es para soñar despierta. De
todas formas, esta situación no me sorprende. Y la inspiración suele llegar
cuando el sueño no lo hace…