domingo, 24 de marzo de 2013

And after all, you're my Wonderwall

Decidí escaparme lo más lejos que habría llegado. A más de 600 kilómetros seguro que todo sería diferente. Podría huir de mis propios demonios y sentirme mejor. Con este pensamiento subí al coche helado, bien abrigada. La maleta para dos noches estaba cargada de libros, libretas y estuches llenos de lápices de colores. Quizá encontrara la inspiración perdida, debía estar preparada. Esa semana había sentido ganas de llorar, pero las ahogué con sonrisas a medias y la idea de escaparme. Eso bastó…

Era demasiado temprano. Cogí mi mp4; algo de música sería mejor que oír como las ruedas devoraban la carretera durante seis interminables horas. Me recosté un poco en el asiento y giré la cabeza para ver el paisaje por la ventanilla. No tenía ni idea de por dónde se iba a Ávila, pero mis padres parecían tranquilos; ellos sabían llegar, y por si acaso mi padre había pedido prestado su GPS a mi tío.

Poco a poco, el paisaje se iba transformando. Dejé de ver los matorrales y las secas tierras de Almería, para comenzar a ver la nieve de Sierra Nevada. Estaba tan cerca de ese manto blanco. Recordé aquel viaje en sexto de primaria cuando nos llevaron a esquiar. Se dibujó una sonrisa en mi rostro; a veces, me gustaría volver a ser una cría y que mis preocupaciones no fueran otras que inventar algún juego nuevo cada día… Y lo peor es que sé de sobra que si estoy mal, es porque no soy capaz de pensar con claridad las cosas. Esta semana no. Estoy demasiado cansada.

Me quité los cascos con las orejas doloridas. Mis padres también llevaban música y lo cierto es que tienen buen gusto. Miré por la ventanilla una vez más, me había quedado dormida y ya no sabía dónde nos encontrábamos. Una carretera solitaria en un llano nos llevaba a nuestro destino. El sol brillaba con fuerza y el verde de la vegetación se convirtió en un tono casi amarillento. Aquel paisaje parecía de película; empecé a sentirme extraña. Mi pulso empezó a acelerarse. Y en ese momento comenzó a sonar la canción que se convertiría en la banda sonora de mi viaje. Oasis inundó el coche con su Wonderwall y mis labios empezaron a susurrar la canción casi como si fuera una plegaria: “…there are many things that I would like to say to you, but I don't know how; because maybe, you're gonna be the one that saves me. And after all, you're my wonderwall…” Al terminar la melodía, cerré los ojos con fuerza y me mordí el labio inferior. Apenas pude reprimir una lágrima, pero respiré a todo lo que daban mis pulmones y solté el aire en un suspiro. Ya quedaba menos para estar lo más lejos que había llegado desde que tenía uso de razón de lo que me estaba matando.

El sol ya empezaba a ocultarse por el horizonte. Nos perdimos un poco para encontrar el hotel, pero al final dejamos nuestras cosas y nos dimos una vuelta por la ciudad sobre la que ya caía un manto negro estrellado. Recordé entonces las palabras de un viejo amigo mío que siempre decía que cuando no sabías que hacer, era muy recomendable mirar un rato a las estrellas y ellas te abrirían los ojos para que pudieras ver lo que realmente sentía tu corazón. Tal vez ellas serían capaces de ayudarme, así que entre vistazo y vistazo a las antiquísimas construcciones de la ciudad echaba alguna que otra mirada desesperada al cielo. Por si encontraba lo que venía buscando.

El frío intentaba apoderarse de mis pasos. Pero me vino bien dejar atrás el calor sofocante del coche con la calefacción a tope; fue una liberación salir de allí para respirar y estirar las piernas. No hubiera soportado quedarme en el hotel encerrada. Necesitaba pisar aquella ciudad de piedra rodeada por murallas que parecían protegerla del exterior.

Un encanto especial envolvía aquel lugar. Casi parecía un pueblo fantasma. Apenas había gente por las calles. Incluso hubo veces que nos encontramos solos por las frías calles. Por suerte la lluvia y la nieve nos dieron tregua. Entre la oscuridad podían distinguirse ahora las farolas que se esforzaban por iluminar nuestro camino. No pude evitar mirarlas embelesada.  Ellas nos guiaron hasta que decidimos irnos a descansar. Ya era bastante tarde.

El hotel estaba justo enfrente de la ciudad, en una especia de colina. Las vistas eran impresionantes. Se veían las murallas, protectoras en otra época de la ciudad, la catedral y la multitud de iglesias que estaban distribuidas por cada rincón. También podía distinguirse un monumento muy cercano que daba nombre al hotel: los cuatro postes. Unas columnas que creaban unas especie de altar en el que estaba situada una cruz enorme. Todo me parecía tan diferente. Hasta había una reproducción de la Victoria alada de Samotracia a las puertas del hotel, y dentro, otra de la Venus de Milo enfrente del comedor al que nos aproximamos para cenar.

Ya estaba bien entrada la medianoche. Mi madre veía la tele mientras daba cabezadas y mi padre ya se había quedado dormido hacía ya un rato. La luz de la lamparita de noche era lo suficientemente fuerte como para alumbrar el trabajo que estaba llevando a cabo. Desde hacía unos días, hacía estrellitas de papel y me esmeraba para que salieran bien. Eso me hacía dejar de pensar y, realmente, también me tranquilizaba. Quizá por eso, esa semana no había podido dejar de realizarlas, aunque las había regalado. Ver la cara de ilusión de la gente a las que se las entregaba me hacía sentir un poco mejor. Ahora mismo llevaba la mitad de un pequeño tarro llena. Los párpados me pesaban, pero no quería verme en la oscuridad pensando otra vez demasiado. Finalmente, cedí a las peticiones que mis ojos me hacían. No podían mantenerlos abiertos, y para evitar la reflexiones que se habían hecho mortales, me puse los cascos hasta que decidí que ya no me quedaban fuerzas ni para pensar y acabé durmiéndome.

A la mañana siguiente, mi padre tenía la reunión por la cual estábamos tan lejos de casa. Amé a la Federación Española de Pesca con todo mi corazón, por reunirse tan lejos de mi hogar desde que mi padre planteo la idea de que le acompañásemos. Había visto cosas que ignoraba por completo que existieran y además esa mañana, después de desayunar veríamos a mis tíos de Segovia y daríamos un paseo por la ciudad. Sería el momento perfecto para hacer algunas fotografías ya que de la noche anterior me había sido casi imposible sentir la magia que emanaba de la cámara.

La experiencia de mi tío en la fotografía me sería de gran ayuda para abrir más puertas en este mundo que desde hacía solo un par de meses se me había presentado sin avisar. Atendí con interés a cada consejo y recomendación. Me fue de gran ayuda conversar con él y tener toda la mañana para probar las cosas que ahora sabía. Recorrimos toda la ciudad, monumentos, iglesias y museos incluidos. Hasta que llegó la hora de almorzar. Paramos en un restaurante que servía comida típica de Ávila y lo cierto es que acabamos muy satisfechos.

Pero llegó el momento de la despedida. Vi como en el rostro de mi madre y en el de mi tía se adivinaba la tristeza. No pudieron contener alguna que otra lágrima al despedirse, después de todo son primas y antes se veían mucho más que ahora. Abracé a mis tíos con fuerza y también me llené de melancolía recordando los veranos de mi infancia en los que la familia de fuera venía y dábamos largos paseos por Almería. Los días de playa con todos ellos siempre estarían presentes y aunque pasara mucho tiempo hasta que volviéramos a verlos, no solo a ellos sino también a los que viven en Barcelona, se me dibujó una pequeña sonrisa al imaginar nuevos encuentros. Nos subimos en el coche después de cargar las maletas y nos dirigimos a casa.

El cansancio era evidente en mi rostro y en mis movimientos. Pero mis ojos se empeñaban en no perder ni un solo detalle de la ciudad que nos había acogido mientras desaparecía con la distancia en el horizonte. Aquel atardecer, el sol desapareció con sus murallas.

Cuando pasamos junto a Madrid. Me quedé embobada mirando los edificios. Había oído hablar tan bien de ella. Dejé caer mi deseo de visitarla y el sueño se apoderó de mí. Cuando desperté apenas unos pocos kilómetros nos separaban de casa. Me percaté de un dolor de espalda inaguantable. Tantas horas allí sentada empezaban a notarse.

Al llegar a casa, puse de nuevo la canción del viaje. Wonderwall volvió a resonar en mi mente al tiempo que mi corazón se aceleraba. Comprendí que no podía escapar de lo que sentía largándome lo más lejos que pudiera. Era necesario perderme para encontrarme, y eso fue lo que realmente pasó. Estallé en llantos antes de recordar la recomendación que mi amigo siempre me hacía y que en este viaje no había cumplido del todo. Mirar las estrellas de papel no era observar el cielo y tampoco mirarlo de refilón era prestarle atención. Así que entre lágrimas y con los ojos hinchados me asomé por la ventana de la habitación y apoyada sobre el marco noté como empezaba a sentirme consolada. Dejé de llorar al entender lo que, realmente, mi corazón quería y era que lo dejara sentir, y permitiera que los sentimientos fluyeran como lo hacían antes… La inspiración había vuelto.





















2 comentarios:

  1. Parrafadas que me dejan sin palabras y se quedan incrustadas dentro de mí, y las fotos...
    preciosas.

    Un abrazo :)

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    1. Muchas gracias, siempre es bueno saber que lo que he escrito ha logrado llegarle de verdad a alguien.
      Un abrazo enorme :)

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