Camino bajo esa cortina infinita disfrutando cada paso como
una explosión de sensaciones, descubriendo los diferentes mundos a los que mi
mente es capaz de viajar con cada gota que cae sobre mí. Llegan entonces los
escalofríos por la espalda; es el momento. Estoy lista. Las alas están limpias
de nuevo y la ropa empieza a sobrar una vez más.
Necesito tocar las nubes con la punta de los dedos, incluso
tumbarme en ellas y sentir como la brisa me acaricia. Sé el peligro que
conlleva el volar demasiado alto. No me queda ninguna duda sobre que las caídas
hacen daño y tampoco me es nuevo que con algunas te haces tanto daño que las
alas se quedan destrozadas. Hay caídas que matan. Pero no me apetece pensar en
el dolor. Hoy no. Voy a disfrutar del placer de despeinarme mientras bailo con
las pequeñas gotas de agua que bañan cada centímetro de mi piel. Quiero caminar
descalza por la ciudad mientras salto en cada charco para empaparme un poco
más. Quiero tumbarme sobre el asfalto y notar en la espalda desnuda el frío
mientras miro como las enormes nubes grises descargan su llanto sobre mí.
Que me llamen loca si quieren; pero yo juego con los días
de lluvia y nos enamoramos como dos críos que acaban dándose un beso en los
labios. Torpe, sí, pero el más dulce de todos…
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