martes, 17 de junio de 2014

Llueve...

La noche se hace más oscura que de costumbre, ni las estrellas se atreven a asomarse por entre las nubes. La luna se quedará esta noche sin las miradas de enamorados ilusos que suspiran mientras la miran. El cielo amenaza con romper a llorar; en mis ojos las lágrimas se precipitan. De repente, oigo truenos... No puede ser. Me altero, se me acelera el pulso; me apresuro a apartar la cortina y subir la persiana. Ya logro oírlo, solo necesito que se confirmen mis sospechas. Llueve...

Siempre me ha resultado tan deliciosa la lluvia. Por un momento siento como me falta el aire, me ahogo, necesito salir: ya. Camino rápido hasta el salón, con las pocas fuerzas que me quedan consigo abrir las puertas metálicas tan pesadas que me separan del exterior y como si de un pajarillo herido me tratase, consigo escaparme de mi jaula para caer. Mis alas están rotas, no puedo volar. Necesito sentir que el cielo descarga sobre mí.

Oigo los truenos demasiado cerca, pero no tengo miedo; duele. Me planto en el centro de la pequeña terraza, caminando descalza por el suelo mojado. Siento como el agua me cala, como empapa cada centímetro de mi piel, como la camiseta que uso a modo de pijama se pega a mis formas con el agua. Alzo la vista, solo hay oscuridad entre rayos que aportan un poco de luz. Noto como se empapa también mi pelo. Y de repente, siento como el pulso se me estabiliza y deja de costarme respirar. Me doy cuenta entonces de mi estado...

Entro en las casa, cierro las pesadas puertas metálicas y camino dejando un rastro de agua tras de mí. Me siento con la luz apagada en el suelo, me abrazo las rodillas y tiemblo. A veces me creo tan fuerte... tan fuerte que nada puede dañarme. Nada más lejos de la realidad, ahora me siento tan frágil, tan pequeña, tan insignificante, tan rota, tan inservible. Y de mis ojos quieren precipitar las lágrimas, pero no pueden. La impotencia de no poder ni llorar, de recordar lo que se creía enterrado y superado, de que duelan las heridas ya cerradas.

Me engañé a mí misma una vez más y me derrumbé, lo único que conseguí caminando descalza bajo la lluvia fue mojar mis cenizas. Y ahora tiemblo, tiemblo como si el frío fuera miedo y el miedo fuese frío; casi paralizada.


Ojalá la lluvia me llevara con ella...Y entonces me doy cuenta de que la tormenta se oye lejos; se fue y no me llevó consigo. 


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