Aquí estoy otra noche más,
preguntándome qué cojones pasará mañana; aunque lo cierto es que prefiero
sorprenderme con algo nuevo. Algo nuevo... sí, pero puedo hacerme una idea de
lo que pasará, la rutina me quiere devorar y siento que el mordisco que me dio
me ha dejado demasiado mal. Infectada con ese mal, me vuelvo gris por momentos.
Recuerdo sus abrazos y los
escalofríos por la espalda cada vez que decía mi nombre. Se reiría si me viera
ahora; he cambiado, he crecido, y eso iba a pasar tarde o temprano. No creo que
me hubiera imaginado con los labios rojos y los tacones altos... me miraría y
me regalaría una de sus sonrisas que me hacen perder la poca cordura que aún me
queda.
Quizá, ahora tenga el valor
de acercarme lentamente y susurrarle al oído que sus labios me queman con solo mirarlos. Puede que le besara lentamente, disfrutando cada segundo, cada
movimiento. Pero eso solo son ilusiones, supongo que sigo viviendo de ellas, o
muriendo, ya no sé.
No quiero caer en los
tópicos de siempre, aunque realmente es cierto que es fuego, ¿cómo sino iba a
explicar que me calentara de esta manera?
La noche sigue avanzando y
las canciones me roban algunas sonrisas amargas, no pensé que me sintiera tan
rota. Es extraño, siento que puedo, que soy fuerte, que no me voy a hundir; me
lo repito mil veces, pero hay momentos en los que no puedo más con el peso que
cargo en mi espalda y mi columna parece romperse en mil pedazos. Me quedo
tirada en el suelo hasta que recuerdo que no puedo perder el tiempo pensando en
problemas a los que tarde o temprano les buscaré una solución, o me endureceré
y me importarán una mierda. Y a mi mente vienen los textos de griego, la
Primera Guerra Mundial y ese malestar por no haber podido entrar a Artes (aunque supongo que eso no me preocupa tanto; la carrera será de artes y ya está).
Me entretengo cogiendo la
palestina y doblándola para ponérmela mañana y trato de recordar dónde puse las
convers falsas destrozadas, meto los libros en las mochila (no sé cómo lo hago,
pero siempre se me olvida alguno) y miro el móvil para ver si hay alguna novedad.
Todo parece tan tranquilo, y sin embargo yo me siento tan rara. Demasiadas
cosas de las que quiero hablar y no encuentro ni a la persona ni el momento. Me
he vuelto desconfiada, y también solía ser más dulce o con más personas; de los
golpes se aprende.
Miro la hora, es tarde, pero
tampoco me importa demasiado; aunque quisiera no podría dormir. Y entonces, él
vuelve a mi cabeza. Intento no quedarme estancada en recuerdos que ya no volverán,
pero hacer castillos en el aire no es mejor. Me tumbo boca abajo en mi cama
tratando de dejar la mente en blanco; siento como mi pulso se dispara. No puedo
(o no quiero) controlar cuando aparece en mi mente; su imagen es tan dulce
para mí o mejor dicho: tan agridulce. Me doy la vuelta y miro hacia el techo.
Recuerdo a aquella pequeña a la que sonrió y la cual le devolvió una sonrisa
sin imaginar que algún día desearía morder sus labios.
Y sonrío, joder, como me
gustaría abrazarle y contarle mil cosas. Como me encantaría besarle.